Odio a mi mamá (frase real)
“Odio a mi mamá”.
“A los 50 años me entero que mi papá no solo abusó sexualmente de mí sino de mi hermana”.
“Por mis tías me convertí en un represor de emociones”.
Tengo muchos más ejemplos de confesiones traumáticas y dolorosas que me han hecho clientes durante los procesos 1-a-1 de indagación filosófico-práctica en los que los acompaño.
No te comparto más porque la verdad es que ¿quién no tiene en su familia ejemplos de situaciones no sólo “tóxicas” sino fatales emocionalmente?
El tema de esta edición causa heridas profundas, con impacto y ramificaciones en todas las áreas de nuestra vida: salud física, mental, emocional, relacional, finanzas, éxito profesional.
De lo individual a lo colectivo.
Te advierto: puede ser duro de tragar. Y también puede abrir puertas de liberación.
Vamos a entrarle al «distanciamiento familiar».

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Honrarás a tu padre y a tu madre…
La idea de que debemos honrar a nuestros padres —y familia— a toda costa proviene principalmente de conceptos religiosos, pocas veces cuestionados por quienes los practican.
No digo que no haya un compromiso espiritual o moral. Pero conviene primero reflexionar sobre qué entendemos por «honra». ¿No te parece?
Si esa “honra” requiere deshonrarnos a nosotros mismos o a nuestros hijos… no, gracias.
La devoción auténtica nunca exige auto-abandono.
En nombre de la religión, muchos han permanecido en matrimonios o relaciones con infidelidades, mentiras o abuso —generando traumas y dejando huellas imborrables.
Curiosamente, no se enfatiza tanto en honrar y proteger a los hijos del abandono.
NOTA: Si eres una persona religiosa, te invito a no quedarte pegado en este punto, sino a continuar hasta el final para sumar perspectivas psicológicas que quizá no habías considerado seriamente.
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Tres verdades que pueden arder
No tenemos la obligación de sostener una cercanía familiar que nos lastima.
Es un derecho distanciarnos de quien amenace nuestro bienestar y salud mental.
Hay padres que no cumplen su rol y no merecen la lealtad activa y eterna de sus hijos —porque perpetúan desequilibrios y dolor en el sistema familiar.
Ahora, también tengo que decir con responsabilidad que el asunto no es tan fácil como solo declarar:
“Me voy de esta familia” o “Me alejo de este personaje “tóxico” y ya”.
La distancia conlleva consecuencias.
Que le afectan a uno mismo y a terceros.
¿Se te activa algún recuerdo? ¿Alguien que no estuvo en tu vida? ¿Quizá fue a ti a quien sacaron o distanciaron sin explicación? ¿Habían dinámicas de tensión, angustiosas o violentas en tu ambiente? ¿Alguien que querías que saliera de tu vida pero seguía allí? ¿Te cobraban “la vida” con tu lealtad?
Crecer en sistemas poco sanos mantiene nuestro sistema nervioso en alerta perpetua. Aprendemos a buscar estabilidad sacrificándonos. A evitar discusiones aunque nos estemos muriendo por dentro. A asumir culpas que no son nuestras. A fantasear con algo que nunca existió: la familia feliz.
Hasta que el cuerpo dice basta.
Pero en la práctica, distanciarse no es tan sencillo.
Requiere consciencia, intención y cuidado. Adueñarse de la acción. Observarse sin juicio.
Poniendo «la lupa en mí».
Ese trabajo es profundo, doloroso y te exigirá todo.
Aun así, en mi experiencia y la de muchos clientes: lo vale todo.
El nivel de paz auténtica, alineación, alegría profunda, salud integral y expansión… no tiene comparación.
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La familia es un sistema vivo
Hablar de este tema inevitablemente me lleva a hacer referencia a un marco psicológico llamado Teoría de Sistemas Familiares.
Este modelo ve a la familia como una unidad emocional interconectada, donde el comportamiento de un miembro afecta a todo el sistema.
Lo sé, suena técnico. Pero te prometo que esto explica por qué te duele tanto decir “No” o dar tu opinión sincera en las cenas familiares.
Y surge de estas ideas esenciales:
Nadie existe aislado —somos parte de un campo de relaciones donde cada acción, emoción o síntoma cumple una función dentro del conjunto.
La familia funciona como unsistema vivo, interdependiente, donde cada miembro ocupa un rol —consciente o inconsciente— que ayuda al grupo a mantener equilibrio, incluso si es disfuncional.
Por eso, cuando alguien se atreve a hacer algo distinto o “romper el patrón” —poner un límite; decir no; distanciarse; hablar de lo que se calló por años— todo se “mueve”.
El sistema familiar se tambalea no porque desafiar el status-quo sea algo “malo”, sino porque está alterando el orden establecido o heredado.
Peeeeero…
🔥 Esto no quiere decir que no podamos responder a un orden que no está siendo sano, distanciándonos consciente, intencional y sanamente de esa relación.
Esa distancia, no lo dudes, causará movimientos y tendrá consecuencias, independiente de la edad a la que ocurra.
▶️ La distancia no destruye el vínculo; destruye el patrón.
Lo he visto tantas veces: un adulto empieza un proceso de indagación, va despertando, se siente más libre, y de pronto el clan —o algunos miembros— reaccionan como si esa libertad fuera una traición.
Sucede en la familia nuclear —la que recibimos: padres, hijos, hermanos—, en la familia de procreación —pareja e hijos—, y en ocasiones en la familia extendida directa o política.
Alejarse no significa odio ni venganza.
Significa poner límites, proteger la mente y el cuerpo, y recuperar la capacidad de amar sin desgaste.
No digo que sea fácil.
Digo que puede ser necesario.
El detalle es que solo la distancia no funciona.
Porque lo que está distorsionado o herido, seguirá allí hasta ser visto y atendido.
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Toda moneda tiene dos caras.
Atención a este concepto de la Teoría de Sistemas Familiares:
Los hijos, buscando pertenecer a su sistema, podemos cargar culpas, miedos o dolores que no nos pertenecen.
El principio central es el orden:
Los padres dan, los hijos reciben.
Los mayores van antes, los menores después.
Nadie puede ocupar el lugar de otro sin consecuencias.
Cuando se altera —por abandono, abuso, muerte o inversión de roles— el amor sigue, pero se vuelve disfuncional: sobre-protector, invasivo, sacrificado, traumático.
Ejemplos:
Un hijo que cuida emocionalmente a su madre y opera como su confidente o “terapeuta”.
La hija que intenta salvar a su padre ausente justificando su falta.
El flujo se bloquea. El amor se vuelve carga. El hijo deja de recibir y sostiene lo que no le corresponde, no está obligado, ni capacitado, para sostener.
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Los padres dan, los hijos reciben
Hay una línea clara: los padres sí estamos obligadosa dar: presencia, coherencia, límites, amor y sostén emocional y material.
En cambio, los hijos no tienen obligación equivalente hacia los padres.
Pueden cuidar con amor, sí, pero no es un mandato del sistema.
Durante un divorcio por ejemplo, muchos padres no comprenden que cumplir el rol parental no es un favor que se le hace a los hijos o la pareja.
Los hijos necesitan, merecen y deben recibir el cuidado de ambos padres.
Muchos padres son quienes se distancian de sus hijos, justifican su decisión culpando a la pareja o, peor aún, a los propios hijos.
Sin hacerse responsables de lo que les toca.
Sin pasar por el trabajo de investigar más allá de la superficie de sus juicios y excusas.
Gabor Maté dice:
“El trauma no surge solo de lo que falta, sino de lo que no se recibe”.
Sí, muchos padres no saben dar lo que no recibieron.
Pero su falta no deja de herir a sus hijos.
Ni justifica la falta de trabajo reparativo.

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Cuando la madre ocupa dos lugares
Muchas mujeres crían solas. No por elección, sino porque alguien decidió no estar.
Cuando una madre ocupa dos lugares, los hijos ocupan el espacio vacío. Siempre. Incluso si el padre está “presente”.
¿Sabes lo que pesa sostener lo que dos deberían cargar?
Cada mujer que “resuelve” lo que otros no sostuvieron aprende a ser resiliente, sí.
Y también aprende a vivir sobrecargada.
Aprende a cubrir espacios que no le corresponden.
El sistema familiar respira. Ella se asfixia.
El cuerpo acumula tensión y enferma.
El corazón aprende que amar duele.
La mente, que descansar es traicionar.
Una madre sobredemandada puede operar insanamente con sus hijos, promoviendo más desorden en el sistema familiar.
Y con ello, más trauma, dolor y disfunciones.
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Reconocer el patrón
Distanciarse de padres dañinos no es abandono. Es supervivencia.
No estás culpando. Estás iluminando. Devolviendo a cada quien lo que le pertenece.
Y reclamando tu derecho a recibir sin destruirte.
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Prácticas para integrar este tema
Mapa de roles familiares: Dibuja o escribe tres columnas: quién sostenía (daba), quién recibía, quién estaba ausente. Coloca nombres. Luego pregúntate: ¿Repito alguno de estos roles hoy? ¿Con quién?
Identifica el sacrificio: Escribe tres cosas que haces para compensar lo que otro no hizo. Ejemplos: “Cuido emocionalmente a mi mamá porque mi papá no lo hace”, “Trabajo el triple porque el papá de mi hijo no paga la pensión”, “Evito hablar de mis logros para no incomodar a mi hermano”. Ahora escribe: ¿Qué perdí de mí haciéndolo? (tu tiempo, tu paz, tu voz, tu salud).
Diálogo consciente: Imagina frente a ti a tu papá ausente o a tu mamá sobrecargada. Pregúntales en voz alta o escribiendo: “¿Qué carga me pediste cargar que no era mía?” Escucha lo que surja. No busques culpar. Busca devolver lo que nunca fue tuyo.
Reasignación del cauce personal: Escribe una frase que defina tu nuevo rol. Debe empezar con “Yo” y no incluir a otros. Ejemplos: “Yo sostengo sin sacrificarme”, “Yo recibo sin culpa”, “Yo ocupo mi lugar sin invadir el de nadie”. Lee la que te surja y resuene en voz alta cada mañana durante unos días.
Distancia consciente: Haz una lista de personas que te drenan. Pregúntate: “¿Qué límite específico necesito?” (Menos llamadas; no invitarle en Navidad; no hablar de ciertos temas, no verlos por X tiempo). Elige UNA relación. Pon el límite. Dale fecha de inicio. Date el espacio para practicar no sentir culpa sin ceder.
Registro de liberación: Cada vez que pongas un límite, anota: “¿Cómo se siente mi cuerpo?” (tenso, aliviado, asustado). “¿Qué pienso?” “¿Actué desde el sacrificio o desde la elección consciente?” No juzgues. Solo observa.
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A veces, el acto más profundo de amor hacia ti misma o mismo y hacia el sistema que te formó es poner distancia cuando un vínculo enferma.
Porque amar también es saber cuándo soltar.
Y a ti… que te distanciaste de tu hijo o hija sin que lo mereciera (casi nunca ese es el caso), haz trabajo de auto-indagación y reparativo de inmediato. Sin demora. Sin excusas. Deja el drama. Sal de las palabras que quieres que suenen profundas. Tú no eres la víctima.
El amor adulto es responsable, no evasivo. Empieza por pedir perdón y reconstruir el puente que los reconecte, sabiendo que no será fácil… y que puede que sea tarde.
La distancia que salva no se improvisa. Se construye con trabajo de consciencia.
Seguimos…
Evelyn
Cada otro jueves, nuevas reflexiones sobre hijez y parentalidad consciente para seguir conectando a tu sabiduría.