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¡Respira! Nada es para siempre

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¡Respira! Nada es para siempre

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Edición #3

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14 sept 2023

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14 sept 2023

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Edición #3

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14 sept 2023

Mucho de lo que he temido a lo largo de mis veinte y un años de maternidad… no ha sucedido.

Ni se han extendido situaciones incómodas por tanto tiempo, como mi mente pensó que lo harían.

Tampoco ha ocurrido que mi hijo imite mis todos “buenos hábitos” por ser testigo de ellos, o perpetúe todas sus “manías” al crecer.

Mucho menos se han cumplido las “profecías” —propias o ajenas, deseadas o indeseadas— sobre lo que criar significaría; o el “mal” que le haría por consentirlo tanto.

Y es que… ni la vida es predecible ni nada es para siempre.

Sé que no es una idea novedosa y que es verdad que cuando los hijos son bebés, las noches sin dormir las vivimos como e-ter-nas.

O que cuando nuestros padres se hacen mayores, sus peticiones y redundancias se sienten aburridas e interminables.

Y que la repetición de etapas en la vida, nos hace creer que sí es predecible, monótona y sin salida.

Peeeeero la verdad es que aún en casos extremos, crónicos o inescapables, la vida no es estática y los cambios son inevitables.

-

Hoy te hablo de la impermanencia.

Especialmente ante nuestros padres y nuestros hijos.

Lo hago para ofrecerte una perspectiva “desde el futuro” que, quizá, se siembre en ti como un recordatorio. Uno que te lleve a una práctica que aligere tu manera de operar en tus relaciones, desde el reconocimiento de que nada es para siempre.

Ni lo que preferimos… ni lo que no.

La cultura occidental busca y valora la estabilidad y predictibilidad.

Eso suele traducirse en… insistencia de control que, a su vez, deriva en frustración y agotamiento por la inconsistencia y a veces ausencia de resultados (seguro lo has experimentado).

En tanto que el budismo advierte del peligro de considerar esta vida, este cuerpo y este mundo como un hogar arraigado y fijo.

Buda enseñó que la única constante es el cambio. Que nada permanece igual. Que todo está siempre cambiando. Y a eso lo llaman impermanencia.

-

Y hablando de lo que no es para siempre, hago un breve paréntesis para decirte con las emociones a flor de piel que hoy y sólo por una semana abrieron las puertas de «Ser[Padres]Conscientes», así que aprovecha para leer pronto la página del programa y explorar sumarte.

-

Mucho de lo que con hijos pequeños nos aturde, tememos y agota… termina o cambia. Al punto de llegar a extrañarlo con el paso del tiempo.

Igual con los padres a quienes interpretamos distinto después que se han ido.

Tengo un hijo de 20 años y mis padres, ambos, están ya del otro lado de la historia.

Y puedo decirte que si prestas atención, es posible que puedas reconocer ocasiones en las que echarías hacia atrás la película para haber tenido un poco más de paciencia y menos drama.

Quizá otro tanto de comprensión y empatía.

O un salpicón de ligereza y conexión consciente.

-

Yo también he vivido esos momentos de “esto no pasará nunca”; “no puedo más”; “cuándo será que acabará esta etapa”, etc.

Pero desde hace algunos años me he aferrado a la idea de: todo pasa y todo llega.

Es una frase simple que repito casi a diario en mi cuenta en Instagram @elpoderdeser para sembrar una semilla de consciencia de la impermanencia.

Y traerla al ahora una y otra vez. Especialmente cuando mi hijo aún reta mi paciencia o comprensión con actitudes incómodas, ejerce un efecto inmediato de liberación de tensión.

-

Al mirar a tus hijos o a tus padres con los ojos del ahora, con tu foco de atención en ese preciso momento en el que te cruzas con ellos… sin saltar al futuro cuando “ya no usen pañal”, “cuando no tengan un desborde emocional”, “cuando ya no te necesiten o busquen tanto”… al centrarte de mente, cuerpo y corazón en lo que sucede en el momento justo en el que están frente a frente… te juro que hay paz.

Sin pasado. Sin futuro.

Ahora.

Incluso el cansancio baja porque no estás arrastrando y cargando el peso de la expectativa o las proyecciones sobre tu espalda.

Asumir la fragilidad y volatilidad de ese momento, de verdad verdad, hace que podamos reconocer y valorar la belleza de la imperfección, la transitoriedad, y la naturaleza incompleta de las cosas.
-

Un recuerdo

Desde que tenía unos dos años y hasta alrededor de sus 8 o 10, mi hijo no soportaba utilizar un pijama que no hiciera match.

Si la franela era la de carritos, el pantalón tenía que ser el de carritos también.

Punto.

Incluso si se despertaba en la madrugada por algún accidente y le cambiaba la ropa, aún con la luz apagada él reconocía si la franela y el pantalón no eran pareja. 😅

Recuerdo que su papá y mi mamá me decían que si lo complacía siempre, él “se volvería” esto o aquello, y que “no podría” adaptarse “nunca” a los cambios.

Desde su adolescencia, cuando lo veo dormir con un pantalón de cuadros y una franela cualquiera de rayas… me da mucha risa pensar en las proyecciones que somos capaces de hacer, desde… el miedo y la necesidad de controlar.

-

En «Ser[Padres]Conscientes» una de las siete Master Class de aprendizaje trata sobre las «Dinámicas Relacionales», justo para aprender a navegar los retos de las diferencias familiares hacia atrás con nuestros padres, horizontales con la pareja y hacia adelante con los hijos.

-

El futuro me enseñó a vivir el presente

Mientras más vivo, confirmo que mucho de lo que temía no sucedió.

Que muchas rabias que viví no sumaron sino restaron.

Que mis proyecciones siempre quedaban fallas y pocas veces atinaba con precisión.

Cada día que vivo hoy es el futuro de quien yo era.

Y será el pasado de quien seré luego.

Tener presente de forma consciente la impermanencia y que todo pasa y todo llega, me ha servido grandemente para apreciar lo que hay cuando lo hay y proyectar cada vez menos.

Mi paciencia se ancla en no “dejar para después” muchos momentos que nunca recuperaré, especialmente con mi hijo.

-

Que no te convenza el famoso “café frío de las madres”, ese café que cuando los hijos son pequeños pocas veces logramos tomarnos caliente, de que será así por siempre.

Hay muchos café calientes en tu futuro.

Y hoy, en el presente, abro las puertas de «Ser[Padres]Conscientes» grupo quince, con más consciencia, más fuerza, más paciencia, amor, compasión y empatía que nunca antes para aprender a navegar las aguas, preferiblemente antes se enturbien.

Te envío un abrazo aquí y ahora, hoy, en presente perfecto,

Evelyn

Mucho de lo que he temido a lo largo de mis veinte y un años de maternidad… no ha sucedido.

Ni se han extendido situaciones incómodas por tanto tiempo, como mi mente pensó que lo harían.

Tampoco ha ocurrido que mi hijo imite mis todos “buenos hábitos” por ser testigo de ellos, o perpetúe todas sus “manías” al crecer.

Mucho menos se han cumplido las “profecías” —propias o ajenas, deseadas o indeseadas— sobre lo que criar significaría; o el “mal” que le haría por consentirlo tanto.

Y es que… ni la vida es predecible ni nada es para siempre.

Sé que no es una idea novedosa y que es verdad que cuando los hijos son bebés, las noches sin dormir las vivimos como e-ter-nas.

O que cuando nuestros padres se hacen mayores, sus peticiones y redundancias se sienten aburridas e interminables.

Y que la repetición de etapas en la vida, nos hace creer que sí es predecible, monótona y sin salida.

Peeeeero la verdad es que aún en casos extremos, crónicos o inescapables, la vida no es estática y los cambios son inevitables.

-

Hoy te hablo de la impermanencia.

Especialmente ante nuestros padres y nuestros hijos.

Lo hago para ofrecerte una perspectiva “desde el futuro” que, quizá, se siembre en ti como un recordatorio. Uno que te lleve a una práctica que aligere tu manera de operar en tus relaciones, desde el reconocimiento de que nada es para siempre.

Ni lo que preferimos… ni lo que no.

La cultura occidental busca y valora la estabilidad y predictibilidad.

Eso suele traducirse en… insistencia de control que, a su vez, deriva en frustración y agotamiento por la inconsistencia y a veces ausencia de resultados (seguro lo has experimentado).

En tanto que el budismo advierte del peligro de considerar esta vida, este cuerpo y este mundo como un hogar arraigado y fijo.

Buda enseñó que la única constante es el cambio. Que nada permanece igual. Que todo está siempre cambiando. Y a eso lo llaman impermanencia.

-

Y hablando de lo que no es para siempre, hago un breve paréntesis para decirte con las emociones a flor de piel que hoy y sólo por una semana abrieron las puertas de «Ser[Padres]Conscientes», así que aprovecha para leer pronto la página del programa y explorar sumarte.

-

Mucho de lo que con hijos pequeños nos aturde, tememos y agota… termina o cambia. Al punto de llegar a extrañarlo con el paso del tiempo.

Igual con los padres a quienes interpretamos distinto después que se han ido.

Tengo un hijo de 20 años y mis padres, ambos, están ya del otro lado de la historia.

Y puedo decirte que si prestas atención, es posible que puedas reconocer ocasiones en las que echarías hacia atrás la película para haber tenido un poco más de paciencia y menos drama.

Quizá otro tanto de comprensión y empatía.

O un salpicón de ligereza y conexión consciente.

-

Yo también he vivido esos momentos de “esto no pasará nunca”; “no puedo más”; “cuándo será que acabará esta etapa”, etc.

Pero desde hace algunos años me he aferrado a la idea de: todo pasa y todo llega.

Es una frase simple que repito casi a diario en mi cuenta en Instagram @elpoderdeser para sembrar una semilla de consciencia de la impermanencia.

Y traerla al ahora una y otra vez. Especialmente cuando mi hijo aún reta mi paciencia o comprensión con actitudes incómodas, ejerce un efecto inmediato de liberación de tensión.

-

Al mirar a tus hijos o a tus padres con los ojos del ahora, con tu foco de atención en ese preciso momento en el que te cruzas con ellos… sin saltar al futuro cuando “ya no usen pañal”, “cuando no tengan un desborde emocional”, “cuando ya no te necesiten o busquen tanto”… al centrarte de mente, cuerpo y corazón en lo que sucede en el momento justo en el que están frente a frente… te juro que hay paz.

Sin pasado. Sin futuro.

Ahora.

Incluso el cansancio baja porque no estás arrastrando y cargando el peso de la expectativa o las proyecciones sobre tu espalda.

Asumir la fragilidad y volatilidad de ese momento, de verdad verdad, hace que podamos reconocer y valorar la belleza de la imperfección, la transitoriedad, y la naturaleza incompleta de las cosas.
-

Un recuerdo

Desde que tenía unos dos años y hasta alrededor de sus 8 o 10, mi hijo no soportaba utilizar un pijama que no hiciera match.

Si la franela era la de carritos, el pantalón tenía que ser el de carritos también.

Punto.

Incluso si se despertaba en la madrugada por algún accidente y le cambiaba la ropa, aún con la luz apagada él reconocía si la franela y el pantalón no eran pareja. 😅

Recuerdo que su papá y mi mamá me decían que si lo complacía siempre, él “se volvería” esto o aquello, y que “no podría” adaptarse “nunca” a los cambios.

Desde su adolescencia, cuando lo veo dormir con un pantalón de cuadros y una franela cualquiera de rayas… me da mucha risa pensar en las proyecciones que somos capaces de hacer, desde… el miedo y la necesidad de controlar.

-

En «Ser[Padres]Conscientes» una de las siete Master Class de aprendizaje trata sobre las «Dinámicas Relacionales», justo para aprender a navegar los retos de las diferencias familiares hacia atrás con nuestros padres, horizontales con la pareja y hacia adelante con los hijos.

-

El futuro me enseñó a vivir el presente

Mientras más vivo, confirmo que mucho de lo que temía no sucedió.

Que muchas rabias que viví no sumaron sino restaron.

Que mis proyecciones siempre quedaban fallas y pocas veces atinaba con precisión.

Cada día que vivo hoy es el futuro de quien yo era.

Y será el pasado de quien seré luego.

Tener presente de forma consciente la impermanencia y que todo pasa y todo llega, me ha servido grandemente para apreciar lo que hay cuando lo hay y proyectar cada vez menos.

Mi paciencia se ancla en no “dejar para después” muchos momentos que nunca recuperaré, especialmente con mi hijo.

-

Que no te convenza el famoso “café frío de las madres”, ese café que cuando los hijos son pequeños pocas veces logramos tomarnos caliente, de que será así por siempre.

Hay muchos café calientes en tu futuro.

Y hoy, en el presente, abro las puertas de «Ser[Padres]Conscientes» grupo quince, con más consciencia, más fuerza, más paciencia, amor, compasión y empatía que nunca antes para aprender a navegar las aguas, preferiblemente antes se enturbien.

Te envío un abrazo aquí y ahora, hoy, en presente perfecto,

Evelyn

Mucho de lo que he temido a lo largo de mis veinte y un años de maternidad… no ha sucedido.

Ni se han extendido situaciones incómodas por tanto tiempo, como mi mente pensó que lo harían.

Tampoco ha ocurrido que mi hijo imite mis todos “buenos hábitos” por ser testigo de ellos, o perpetúe todas sus “manías” al crecer.

Mucho menos se han cumplido las “profecías” —propias o ajenas, deseadas o indeseadas— sobre lo que criar significaría; o el “mal” que le haría por consentirlo tanto.

Y es que… ni la vida es predecible ni nada es para siempre.

Sé que no es una idea novedosa y que es verdad que cuando los hijos son bebés, las noches sin dormir las vivimos como e-ter-nas.

O que cuando nuestros padres se hacen mayores, sus peticiones y redundancias se sienten aburridas e interminables.

Y que la repetición de etapas en la vida, nos hace creer que sí es predecible, monótona y sin salida.

Peeeeero la verdad es que aún en casos extremos, crónicos o inescapables, la vida no es estática y los cambios son inevitables.

-

Hoy te hablo de la impermanencia.

Especialmente ante nuestros padres y nuestros hijos.

Lo hago para ofrecerte una perspectiva “desde el futuro” que, quizá, se siembre en ti como un recordatorio. Uno que te lleve a una práctica que aligere tu manera de operar en tus relaciones, desde el reconocimiento de que nada es para siempre.

Ni lo que preferimos… ni lo que no.

La cultura occidental busca y valora la estabilidad y predictibilidad.

Eso suele traducirse en… insistencia de control que, a su vez, deriva en frustración y agotamiento por la inconsistencia y a veces ausencia de resultados (seguro lo has experimentado).

En tanto que el budismo advierte del peligro de considerar esta vida, este cuerpo y este mundo como un hogar arraigado y fijo.

Buda enseñó que la única constante es el cambio. Que nada permanece igual. Que todo está siempre cambiando. Y a eso lo llaman impermanencia.

-

Y hablando de lo que no es para siempre, hago un breve paréntesis para decirte con las emociones a flor de piel que hoy y sólo por una semana abrieron las puertas de «Ser[Padres]Conscientes», así que aprovecha para leer pronto la página del programa y explorar sumarte.

-

Mucho de lo que con hijos pequeños nos aturde, tememos y agota… termina o cambia. Al punto de llegar a extrañarlo con el paso del tiempo.

Igual con los padres a quienes interpretamos distinto después que se han ido.

Tengo un hijo de 20 años y mis padres, ambos, están ya del otro lado de la historia.

Y puedo decirte que si prestas atención, es posible que puedas reconocer ocasiones en las que echarías hacia atrás la película para haber tenido un poco más de paciencia y menos drama.

Quizá otro tanto de comprensión y empatía.

O un salpicón de ligereza y conexión consciente.

-

Yo también he vivido esos momentos de “esto no pasará nunca”; “no puedo más”; “cuándo será que acabará esta etapa”, etc.

Pero desde hace algunos años me he aferrado a la idea de: todo pasa y todo llega.

Es una frase simple que repito casi a diario en mi cuenta en Instagram @elpoderdeser para sembrar una semilla de consciencia de la impermanencia.

Y traerla al ahora una y otra vez. Especialmente cuando mi hijo aún reta mi paciencia o comprensión con actitudes incómodas, ejerce un efecto inmediato de liberación de tensión.

-

Al mirar a tus hijos o a tus padres con los ojos del ahora, con tu foco de atención en ese preciso momento en el que te cruzas con ellos… sin saltar al futuro cuando “ya no usen pañal”, “cuando no tengan un desborde emocional”, “cuando ya no te necesiten o busquen tanto”… al centrarte de mente, cuerpo y corazón en lo que sucede en el momento justo en el que están frente a frente… te juro que hay paz.

Sin pasado. Sin futuro.

Ahora.

Incluso el cansancio baja porque no estás arrastrando y cargando el peso de la expectativa o las proyecciones sobre tu espalda.

Asumir la fragilidad y volatilidad de ese momento, de verdad verdad, hace que podamos reconocer y valorar la belleza de la imperfección, la transitoriedad, y la naturaleza incompleta de las cosas.
-

Un recuerdo

Desde que tenía unos dos años y hasta alrededor de sus 8 o 10, mi hijo no soportaba utilizar un pijama que no hiciera match.

Si la franela era la de carritos, el pantalón tenía que ser el de carritos también.

Punto.

Incluso si se despertaba en la madrugada por algún accidente y le cambiaba la ropa, aún con la luz apagada él reconocía si la franela y el pantalón no eran pareja. 😅

Recuerdo que su papá y mi mamá me decían que si lo complacía siempre, él “se volvería” esto o aquello, y que “no podría” adaptarse “nunca” a los cambios.

Desde su adolescencia, cuando lo veo dormir con un pantalón de cuadros y una franela cualquiera de rayas… me da mucha risa pensar en las proyecciones que somos capaces de hacer, desde… el miedo y la necesidad de controlar.

-

En «Ser[Padres]Conscientes» una de las siete Master Class de aprendizaje trata sobre las «Dinámicas Relacionales», justo para aprender a navegar los retos de las diferencias familiares hacia atrás con nuestros padres, horizontales con la pareja y hacia adelante con los hijos.

-

El futuro me enseñó a vivir el presente

Mientras más vivo, confirmo que mucho de lo que temía no sucedió.

Que muchas rabias que viví no sumaron sino restaron.

Que mis proyecciones siempre quedaban fallas y pocas veces atinaba con precisión.

Cada día que vivo hoy es el futuro de quien yo era.

Y será el pasado de quien seré luego.

Tener presente de forma consciente la impermanencia y que todo pasa y todo llega, me ha servido grandemente para apreciar lo que hay cuando lo hay y proyectar cada vez menos.

Mi paciencia se ancla en no “dejar para después” muchos momentos que nunca recuperaré, especialmente con mi hijo.

-

Que no te convenza el famoso “café frío de las madres”, ese café que cuando los hijos son pequeños pocas veces logramos tomarnos caliente, de que será así por siempre.

Hay muchos café calientes en tu futuro.

Y hoy, en el presente, abro las puertas de «Ser[Padres]Conscientes» grupo quince, con más consciencia, más fuerza, más paciencia, amor, compasión y empatía que nunca antes para aprender a navegar las aguas, preferiblemente antes se enturbien.

Te envío un abrazo aquí y ahora, hoy, en presente perfecto,

Evelyn

Mucho de lo que he temido a lo largo de mis veinte y un años de maternidad… no ha sucedido.

Ni se han extendido situaciones incómodas por tanto tiempo, como mi mente pensó que lo harían.

Tampoco ha ocurrido que mi hijo imite mis todos “buenos hábitos” por ser testigo de ellos, o perpetúe todas sus “manías” al crecer.

Mucho menos se han cumplido las “profecías” —propias o ajenas, deseadas o indeseadas— sobre lo que criar significaría; o el “mal” que le haría por consentirlo tanto.

Y es que… ni la vida es predecible ni nada es para siempre.

Sé que no es una idea novedosa y que es verdad que cuando los hijos son bebés, las noches sin dormir las vivimos como e-ter-nas.

O que cuando nuestros padres se hacen mayores, sus peticiones y redundancias se sienten aburridas e interminables.

Y que la repetición de etapas en la vida, nos hace creer que sí es predecible, monótona y sin salida.

Peeeeero la verdad es que aún en casos extremos, crónicos o inescapables, la vida no es estática y los cambios son inevitables.

-

Hoy te hablo de la impermanencia.

Especialmente ante nuestros padres y nuestros hijos.

Lo hago para ofrecerte una perspectiva “desde el futuro” que, quizá, se siembre en ti como un recordatorio. Uno que te lleve a una práctica que aligere tu manera de operar en tus relaciones, desde el reconocimiento de que nada es para siempre.

Ni lo que preferimos… ni lo que no.

La cultura occidental busca y valora la estabilidad y predictibilidad.

Eso suele traducirse en… insistencia de control que, a su vez, deriva en frustración y agotamiento por la inconsistencia y a veces ausencia de resultados (seguro lo has experimentado).

En tanto que el budismo advierte del peligro de considerar esta vida, este cuerpo y este mundo como un hogar arraigado y fijo.

Buda enseñó que la única constante es el cambio. Que nada permanece igual. Que todo está siempre cambiando. Y a eso lo llaman impermanencia.

-

Y hablando de lo que no es para siempre, hago un breve paréntesis para decirte con las emociones a flor de piel que hoy y sólo por una semana abrieron las puertas de «Ser[Padres]Conscientes», así que aprovecha para leer pronto la página del programa y explorar sumarte.

-

Mucho de lo que con hijos pequeños nos aturde, tememos y agota… termina o cambia. Al punto de llegar a extrañarlo con el paso del tiempo.

Igual con los padres a quienes interpretamos distinto después que se han ido.

Tengo un hijo de 20 años y mis padres, ambos, están ya del otro lado de la historia.

Y puedo decirte que si prestas atención, es posible que puedas reconocer ocasiones en las que echarías hacia atrás la película para haber tenido un poco más de paciencia y menos drama.

Quizá otro tanto de comprensión y empatía.

O un salpicón de ligereza y conexión consciente.

-

Yo también he vivido esos momentos de “esto no pasará nunca”; “no puedo más”; “cuándo será que acabará esta etapa”, etc.

Pero desde hace algunos años me he aferrado a la idea de: todo pasa y todo llega.

Es una frase simple que repito casi a diario en mi cuenta en Instagram @elpoderdeser para sembrar una semilla de consciencia de la impermanencia.

Y traerla al ahora una y otra vez. Especialmente cuando mi hijo aún reta mi paciencia o comprensión con actitudes incómodas, ejerce un efecto inmediato de liberación de tensión.

-

Al mirar a tus hijos o a tus padres con los ojos del ahora, con tu foco de atención en ese preciso momento en el que te cruzas con ellos… sin saltar al futuro cuando “ya no usen pañal”, “cuando no tengan un desborde emocional”, “cuando ya no te necesiten o busquen tanto”… al centrarte de mente, cuerpo y corazón en lo que sucede en el momento justo en el que están frente a frente… te juro que hay paz.

Sin pasado. Sin futuro.

Ahora.

Incluso el cansancio baja porque no estás arrastrando y cargando el peso de la expectativa o las proyecciones sobre tu espalda.

Asumir la fragilidad y volatilidad de ese momento, de verdad verdad, hace que podamos reconocer y valorar la belleza de la imperfección, la transitoriedad, y la naturaleza incompleta de las cosas.
-

Un recuerdo

Desde que tenía unos dos años y hasta alrededor de sus 8 o 10, mi hijo no soportaba utilizar un pijama que no hiciera match.

Si la franela era la de carritos, el pantalón tenía que ser el de carritos también.

Punto.

Incluso si se despertaba en la madrugada por algún accidente y le cambiaba la ropa, aún con la luz apagada él reconocía si la franela y el pantalón no eran pareja. 😅

Recuerdo que su papá y mi mamá me decían que si lo complacía siempre, él “se volvería” esto o aquello, y que “no podría” adaptarse “nunca” a los cambios.

Desde su adolescencia, cuando lo veo dormir con un pantalón de cuadros y una franela cualquiera de rayas… me da mucha risa pensar en las proyecciones que somos capaces de hacer, desde… el miedo y la necesidad de controlar.

-

En «Ser[Padres]Conscientes» una de las siete Master Class de aprendizaje trata sobre las «Dinámicas Relacionales», justo para aprender a navegar los retos de las diferencias familiares hacia atrás con nuestros padres, horizontales con la pareja y hacia adelante con los hijos.

-

El futuro me enseñó a vivir el presente

Mientras más vivo, confirmo que mucho de lo que temía no sucedió.

Que muchas rabias que viví no sumaron sino restaron.

Que mis proyecciones siempre quedaban fallas y pocas veces atinaba con precisión.

Cada día que vivo hoy es el futuro de quien yo era.

Y será el pasado de quien seré luego.

Tener presente de forma consciente la impermanencia y que todo pasa y todo llega, me ha servido grandemente para apreciar lo que hay cuando lo hay y proyectar cada vez menos.

Mi paciencia se ancla en no “dejar para después” muchos momentos que nunca recuperaré, especialmente con mi hijo.

-

Que no te convenza el famoso “café frío de las madres”, ese café que cuando los hijos son pequeños pocas veces logramos tomarnos caliente, de que será así por siempre.

Hay muchos café calientes en tu futuro.

Y hoy, en el presente, abro las puertas de «Ser[Padres]Conscientes» grupo quince, con más consciencia, más fuerza, más paciencia, amor, compasión y empatía que nunca antes para aprender a navegar las aguas, preferiblemente antes se enturbien.

Te envío un abrazo aquí y ahora, hoy, en presente perfecto,

Evelyn

Cada otro jueves, nuevas reflexiones sobre hijez y parentalidad consciente para seguir conectando a tu sabiduría.

Cada otro jueves, nuevas reflexiones sobre hijez y parentalidad consciente para seguir conectando a tu sabiduría.

Cada otro jueves, nuevas reflexiones sobre hijez y parentalidad consciente para seguir conectando a tu sabiduría.

Cada otro jueves, nuevas reflexiones sobre hijez y parentalidad consciente para seguir conectando a tu sabiduría.